jueves, 22 de septiembre de 2011

la isla

Sin lugar a dudas, el tema más comentado de las últimas dos semanas ha sido el accidente en el archipiélago de Juan Fernández. Atrás quedaron las antiguas notas pre dieciocheras, los pronósticos fatalistas del clima para los días de fonda y los trucos para mantener la línea, comiendo choripanes y empanadas fritas. Todo esta tradición fue reemplazada por despachos en vivo “ desde el lugar de la tragedia” y las mil y una hipótesis que explicarían el fatal desenlace. Resulta que ahora todos somos expertos en pilotear aviones, en pronosticar inoportunas corrientes de aire y en evaluar condiciones de seguridad en los aeropuertos repartidos a lo largo de nuestro herido país.  Es curioso el espacio que se destina en televisión y en medios escritos a tratar de explicar lo que ocurrió. Lógicamente, sería interesante conocer las razones. De ser algún error humano (o negligencia, como discutía con una amiga hace unos días. Error humano NO es lo mismo que negligencia) permitiría evitar futuras tragedias. Pero, ¿qué tan razonable es buscar la explicación a algo que, en mi opinión, no tiene explicación alguna?
Es la voluntad de Dios, se consuelan algunos. Sí, quizás sea un alivio pensarlo así, pero yo no puedo creer en un Dios que decida, sólo por voluntad, quitar repentinamente la vida de quienes creó a imagen y semejanza. Menos de personas que precisamente iban a practicar el mandamiento que, a mi juicio, es el más importante: ama a tu prójimo como a ti mismo. Bueno, se puede filosofar bastante sobre este punto…pero no quiero hacerlo en este post. ¿Karma? Tampoco me convence…Los pasajeros del avión siniestrado estaban practicando en vida las acciones que los convertirían en mejores personas. Entonces, ¿qué sentido tendría su muerte antes de haberlas concretado?
Las personas que fallecieron eran personas comunes y corrientes, con defectos y virtudes como todos nosotros. No eran semidioses ni tuvieron vidas de santidad. Es cierto, iban (en su mayoría) a concretar una labor humanitaria que ojalá se hubiese hecho tiempo atrás. Pero, han sido idealizados de una manera compleja. Irreal. Y al tratar de explicar ese proceso de idealización, de catarsis nacional, me llega la idea que este accidente no tiene sentido alguno. Y que es el terror del ser humano enfrentado a su propia mortalidad, la que genera este cúmulo de reacciones indescriptibles. Sí, somos humanos y no, no somos inmortales ni perfectos. Estamos sometidos a la única certeza que tenemos desde el momento de nacer: la muerte es inevitable para todos. Y dado eso, ¿qué mejor que dejar de lamentarse y ponerse a trabajar en cosas concretas? Somos mortales, pero haría una buena diferencia en nuestro paso por este planeta, tratar de hacer la vida del resto un poco mejor. Y para eso, no hay que embarcarse en proyectos eternos y costosos, basta simplemente con “amar al prójimo como a ti mismo” o como diría mi querido Buda “cultivar y practicar la compasión”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario