jueves, 22 de septiembre de 2011

isla de tiza

Hace un par de días recibí un correo en el cual se explicaba la disposición del gobierno alemán a indemnizarme a mí, mis primos, padre y tíos paternos por las tierras que mis abuelos perdieron como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial. Es bien extraña la sensación de una noticia tan inesperada como abrumadora.
¿Herencia? ¿Plata? Qué bacán!!! Más todavía cuando una no se lo espera. Pero, ¿y el costo? Mientras mi abuelo peleaba en el frente de batalla y luego era hecho prisionero de los ingleses, mi abuela tuvo que tomar a sus cuatro hijos pequeños y escapar de su adorado fundo. En la huída, la porcelana y la platería quedaban enterradas en algún lugar de ese campo, esperando el pronto regreso de sus dueños que, finalmente, nunca pudieron volver. Entre los recuerdos más lindos que mi abuela llevaría consigo, estaba el de un piloto desertor que en agradecimiento por haberlo escondido y estando ya en libertad, le lanzaba dulces desde su avioneta para el día de su cumpleaños. Sobre la querida Rügen, sobre la querida isla de tiza.
Por una enfermedad que después le obligaría a usar bastón, mi abuelo fue liberado de su prisión llevándose como recuerdo la cucharada que le tenían asignada para comer. La misma con la que yo cocinaba en Frutillar, sin conocer aún su doloroso origen. Y fue así como mis abuelos junto a mi padre y sus hermanas vieron en Sudamérica un escape a esta guerra terrible. Y se embarcaron en la tercera clase de un barco lleno de refugiados, sin entender ningún idioma aparte de su alemán nativo y comiendo pan con tocino en la cubierta del navío para evitar el mareo.
El resto de la historia me imagino que es similar a la de tantas familias refugiadas que escaparon de un conflicto que aún al día de hoy, parece salido de un cuento de terror. Hicieron una nueva vida acá, en un país que los acogió con cariño y dignidad. Quiero creer que fueron felices y que la nostalgia de su país no les quitaba el sueño ni oscurecía sus días de trabajo. Que fueron felices viendo crecer a sus hijos sin el terror de la guerra. Quiero creer que esta “herencia indemnización” no existe, porque no me corresponde. Sería como lucrar con el sufrimiento de mi propia familia. No sé…es demasiado brutal. No sé qué decida finalmente hacer ni qué camino seguirán mis primos, sólo espero que la opción que elijamos sea la misma que nuestros recordados Omi y Opi habrían deseado para nosotros.

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